lunes, 4 de abril de 2016

Atrapados sin salida: los residuos que nadie sabe a dónde mandar

(Editorial del programa del día 21 de julio del pasado año sobre los residuos difíciles de clasificar)

Contenedor para pilas en la CDMX
¿En qué se parecen las pilas, el aceite quemado y los focos ahorradores? En que nadie sabe muy bien qué hacer con ellos cuando se termina su vida útil, y de eso vamos a platicar hoy aquí en Primer Movimiento.
Una de las llamadas que con mayor frecuencia recibimos en el PUMA es la de algún ciudadano comprometido con el ambiente que no sabe a dónde enviar alguno de los productos que mencionamos. Y es que nuestra sociedad de consumo ha desarrollado un sinnúmero de tecnologías que nos facilitan la vida, pero cuya producción y posterior disposición tienen consecuencias indeseables para el ambiente y nuestra salud.
En México todo lo que no es un residuo urbano, es decir, como aquellos que producimos en nuestros hogares, se clasifica en dos categorías posibles: residuos de manejo especial, por una parte, y peligrosos, por otra.
Los de manejo especial, de acuerdo con la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos (DOF 2015) son los que se generan durante los procesos productivos y que no reúnen las características para ser considerados como peligrosos o como residuos sólidos urbanos, o bien, los que se producen por grandes generadores de residuos.
En el costal de los residuos de manejo especial se encuentran las pilas, al menos las que contienen litio, níquel, mercurio, cadmio, manganeso, plomo y zinc. De acuerdo con el estudio ‘Las pilas en México, un diagnóstico ambiental’, publicado en 2009 por la SEMARNAT y encabezado por el Dr. Arturo Gavilán García, hasta el año 2007 en nuestro país se desechaban 32,900 toneladas de pilas al año, unas 600 millones de piezas al año, y tanto en el mercado formal como en el informal se venden pilas cuyos contenidos de mercurio y cadmio rebasan los valores límite establecidos por la Directiva Europea.
Por ello es importante no revolver pilas con otros residuos y depositarlas en contenedores adecuados, de donde surge el primer problema, ¿cuáles son y dónde están dichos contenedores?
En el caso de las ciudades de México y Guadalajara, existen depósitos establecidos mediante convenios entre los gobiernos locales y la empresa IMU, que utiliza el espacio público para colocar publicidad en grandes cilindros que son a su vez contenedores de pilas, las cuales se llevan a la planta de reciclaje y tratamiento de SITRASA, ubicada en Irapuato, Guanajuato.
¿Y los habitantes de las demás ciudades, pueblos y comunidades del país? Pues a menos que las autoridades locales tengan un programa similar, es muy posible que no sepan y en realidad no tengan a dónde llevar sus pilas usadas.
Esto ocurre porque entre el establecimiento de la Norma Oficial Mexicana Nom-161-SEMARNAT-2011 que determinó los criterios para clasificar a los residuos de manejo especial, y la puesta en marcha de los planes para el manejo de pilas, media un largo trecho en el cual los ciudadanos nos quedamos como el chinito, nomás milando.
Un caso más complicado es el de los focos ahorradores, ya sea los pequeños que usamos en nuestras casas, o las lámparas fluorescentes largas que se emplean en oficinas, hospitales e industrias. Aunque el uso de estas lámparas reduce hasta cuatro veces el consumo de energía eléctrica y duran diez veces más que los focos incandescentes, las ahorradoras tienen la desventaja de contener mercurio, un contaminante altamente persistente, bio-acumulable y que tiene efectos negativos en la salud de las personas y los ecosistemas.
México firmó en el 2013 el convenio de Minamata sobre extracción de mercurio y se comprometió con otros 140 países a reducir las emisiones de este contaminante y eliminarlo gradualmente en los productos que aún lo emplean en hospitales y hogares, como las mencionadas lámparas o en los termómetros y otros equipos.
Sin embargo, a la fecha no existen sitios para que un amplio público pueda depositar estos residuos y luego se les dé un tratamiento adecuado, en las páginas oficiales sólo encontramos un lugar en el que se confinan residuos industriales que contienen mercurio, la empresa RIMSA de Nuevo León.
Y el último caso del día: el aceite quemado. Al llegar en grandes cantidades a las tuberías de hogares y comercios, el aceite comestible que empleamos para cocinar se solidifica y puede tapar las tuberías, agravando el problema de los drenajes congestionados con la basura que no se deposita en su lugar. Además estos aceites pueden dañar a los ecosistemas y contaminar acuíferos.
Desgraciadamente, lo que en muchos países es un recurso valioso que se transforma en biodiesel para mover camiones, autos y maquinaria, en nuestro país se ve como un desecho del que nadie quiere hacerse cargo, o nos piden que lo coloquemos en botellitas de PET, desperdiciando así la botella que podría reciclarse y el aceite que podría transformarse.
En Brasil existen depósitos donde la gente lleva su aceite de cocina para que este sea procesado y aprovechado como combustible. En Estados Unidos hay mini plantas de procesamiento que le dan servicio a las cafeterías de las universidades y los dormitorios estudiantiles.
Como podemos ver, son tres casos en los que no falta voluntad por parte de la gente para separar y depositar adecuadamente, falta cómo y dónde hacerlo y falta, sobre todo, que la autoridad haga que participen de manera mucho más activa y responsable las empresas que fabrican estos productos.


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