(Editorial del programa del día 21 de julio del pasado año sobre los residuos difíciles de clasificar)
Contenedor para pilas en la CDMX |
¿En
qué se parecen las pilas, el aceite quemado y los focos ahorradores?
En que nadie sabe muy bien qué hacer con ellos cuando se termina su
vida útil, y de eso vamos a platicar hoy aquí en Primer Movimiento.
Una
de las llamadas que con mayor frecuencia recibimos en el PUMA es la
de algún ciudadano comprometido con el ambiente que no sabe a dónde
enviar alguno de los productos que mencionamos. Y es que nuestra
sociedad de consumo ha desarrollado un sinnúmero de tecnologías que
nos facilitan la vida, pero cuya producción y posterior disposición
tienen consecuencias indeseables para el ambiente y nuestra salud.
En
México todo lo que no es un residuo urbano, es decir, como aquellos
que producimos en nuestros hogares, se clasifica en dos categorías
posibles: residuos de manejo especial, por una parte, y peligrosos,
por otra.
Los
de manejo especial, de acuerdo con la Ley General para la Prevención
y Gestión Integral de los Residuos (DOF 2015) son los que se generan
durante los procesos productivos y que no reúnen las características
para ser considerados como peligrosos o como residuos sólidos
urbanos, o bien, los que se producen por grandes generadores de
residuos.
En
el costal de los residuos de manejo especial se encuentran las pilas,
al menos las que contienen litio, níquel, mercurio, cadmio,
manganeso, plomo y zinc. De acuerdo con el estudio ‘Las pilas en
México, un diagnóstico ambiental’, publicado en 2009 por la
SEMARNAT y encabezado por el Dr. Arturo Gavilán García, hasta el
año 2007 en nuestro país se desechaban 32,900 toneladas de pilas al
año, unas 600 millones de piezas al año, y tanto en el mercado
formal como en el informal se venden pilas cuyos contenidos de
mercurio y cadmio rebasan los valores límite establecidos por la
Directiva Europea.
Por
ello es importante no revolver pilas con otros residuos y
depositarlas en contenedores adecuados, de donde surge el primer
problema, ¿cuáles son y dónde están dichos contenedores?
En
el caso de las ciudades de México y Guadalajara, existen depósitos
establecidos mediante convenios entre los gobiernos locales y la
empresa IMU, que utiliza el espacio público para colocar publicidad
en grandes cilindros que son a su vez contenedores de pilas, las
cuales se llevan a la planta de reciclaje y tratamiento de SITRASA,
ubicada en Irapuato, Guanajuato.
¿Y
los habitantes de las demás ciudades, pueblos y comunidades del
país? Pues a menos que las autoridades locales tengan un programa
similar, es muy posible que no sepan y en realidad no tengan a dónde
llevar sus pilas usadas.
Esto
ocurre porque entre el establecimiento de la Norma Oficial Mexicana
Nom-161-SEMARNAT-2011 que determinó los criterios para clasificar a
los residuos de manejo especial, y la puesta en marcha de los planes
para el manejo de pilas, media un largo trecho en el cual los
ciudadanos nos quedamos como el chinito, nomás milando.
Un
caso más complicado es el de los focos ahorradores, ya sea los
pequeños que usamos en nuestras casas, o las lámparas fluorescentes
largas que se emplean en oficinas, hospitales e industrias. Aunque el
uso de estas lámparas reduce hasta cuatro veces el consumo de
energía eléctrica y duran diez veces más que los focos
incandescentes, las ahorradoras tienen la desventaja de contener
mercurio, un contaminante altamente persistente, bio-acumulable y que
tiene efectos negativos en la salud de las personas y los
ecosistemas.
México
firmó en el 2013 el convenio de Minamata sobre extracción de
mercurio y se comprometió con otros 140 países a reducir las
emisiones de este contaminante y eliminarlo gradualmente en los
productos que aún lo emplean en hospitales y hogares, como las
mencionadas lámparas o en los termómetros y otros equipos.
Sin
embargo, a la fecha no existen sitios para que un amplio público
pueda depositar estos residuos y luego se les dé un tratamiento
adecuado, en las páginas oficiales sólo encontramos un lugar en el
que se confinan residuos industriales que contienen mercurio, la
empresa RIMSA de Nuevo León.
Y
el último caso del día: el aceite quemado. Al llegar en grandes
cantidades a las tuberías de hogares y comercios, el aceite
comestible que empleamos para cocinar se solidifica y puede tapar las
tuberías, agravando el problema de los drenajes congestionados con
la basura que no se deposita en su lugar. Además estos aceites
pueden dañar a los ecosistemas y contaminar acuíferos.
Desgraciadamente,
lo que en muchos países es un recurso valioso que se transforma en
biodiesel para mover camiones, autos y maquinaria, en nuestro país
se ve como un desecho del que nadie quiere hacerse cargo, o nos piden
que lo coloquemos en botellitas de PET, desperdiciando así la
botella que podría reciclarse y el aceite que podría transformarse.
En
Brasil existen depósitos donde la gente lleva su aceite de cocina
para que este sea procesado y aprovechado como combustible. En
Estados Unidos hay mini plantas de procesamiento que le dan servicio
a las cafeterías de las universidades y los dormitorios
estudiantiles.
Como
podemos ver, son tres casos en los que no falta voluntad por parte de
la gente para separar y depositar adecuadamente, falta cómo y dónde
hacerlo y falta, sobre todo, que la autoridad haga que participen de
manera mucho más activa y responsable las empresas que fabrican
estos productos.
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