viernes, 1 de abril de 2016

Monocultivos: tropezándonos con la misma piedra

(Editorial del día 7 de julio de 2015 acerca de monocultivos)

Vamos a levantar un guante que nos arrojaron en Primer Movimiento, pues nos pidieron que comentáramos de las consecuencias ambientales y sociales de los monocultivos.
Los monocultivos son una práctica agrícola que implica cultivar la misma especie en un terreno durante años, sin rotar o combinar con otras especies. Como ejemplo podemos mencionar el cultivo de trigo, soya o las plantaciones de caña de azúcar o de palma de aceite.
Aunque económicamente los monocultivos parecen ser sistemas eficientes, pues permiten la especialización de la maquinaria y de los procesos agrícolas aumentando la productividad, también tienen numerosas desventajas ambientales y sociales que queremos enumerar.
Por ejemplo, el agotamiento de los nutrientes del suelo debido al cultivo intensivo de una sola especie, obliga a emplear grandes cantidades de fertilizantes, en especial fosfatos y nitratos, los cuales al deslavarse están llegando a los océanos, incrementando la reproducción de las algas y originando las llamadas ‘zonas muertas’, regiones del mar y los océanos en las cuales el exceso de materia orgánica y su descomposición ocasionan la disminución del oxígeno presente en aguas profundas, fenómeno que se conoce como anoxia, el cual elimina o reduce drásticamente las poblaciones de otras especies de plantas y animales acuáticos.
Se calcula que actualmente nuestras sociedades están fijando más Nitrógeno y Fósforo para actividades agrícolas e industriales que todos los procesos naturales del planeta juntos, la modificación de los ciclos biogeoquímicos de ambos elementos es de tal magnitud que el Dr. Johan Rockström, junto con los 29 autores del artículo los Límites del Planeta –del que hemos platicado en este espacio-, calculan que la actividad humana ya rebasó, por mucho, la capacidad del Sistema Terrestre para absorber e incorporar estos elementos en los procesos naturales, de manera que estos son dos de los límites planetarios que se encuentra en números rojos.
El uso de fertilizantes comerciales, además, tampoco es sostenible en el tiempo ni sustentable en términos ecológicos debido a que su producción requiere altos consumos de combustibles fósiles, especialmente de gas natural, lo que ata la producción agrícola industrial al empleo de los combustibles cuya quema es la principal causa del calentamiento global.
Por otra parte, los monocultivos incrementan la vulnerabilidad de la agricultura ante diversas plagas, obligando al uso de pesticidas. Los resultados del uso intensivo de plaguicidas incluyen la pérdida de la biodiversidad y la eliminación de especies clave, sobre todo de polinizadores; tiene efectos adversos en la salud de los de los trabajadores agrícolas y de quienes consumimos los productos; contamina el agua y los suelos; además de producir resistencias en las plagas, lo que a su vez obliga a incrementar las dosis y/o la agresividad de los plaguicidas.
El uso de plaguicidas se asocia a la contaminación de acuíferos y suelos por metales pesados, además puede eliminar la microbiota de habita en el suelo, es decir, los hongos, bacterias y protozoarios que permiten oxigenar los terrenos y reciclar sus nutrientes.
Por otra parte, la introducción masiva de monocultivos, que tuvo su primer momento de auge entre las décadas de los años 40 y 60 del siglo veinte, desplazó una gran cantidad de variedades y especies nativas de plantas comestibles.
La FAO en un estudio publicado en 1998 sobre biodiversidad en la alimentación y la agricultura, estimó que durante el siglo pasado se había perdido aproximadamente 75 por ciento de la diversidad genética de especies vegetales y animales domesticadas a nivel mundial, lo cual es muy peligroso pues pone en riesgo nuestro suministro de alimentos ante plagas, enfermedades y frente al cambio climático.
Por ejemplo, durante la década de 1970, la falta de diversidad genética en las variedades del maíz cultivado en los Estados Unidos ocasionó la pérdida de más de mil millones de dólares debido a la falta de resistencia al tizón, una plaga que ataca las hojas de la planta. Además, el uso intensivo de agua ha ocasionado que entre 70 a 80 por ciento del agua dulce que usa la humanidad se destine a irrigar campos de cultivo. La irrigación intensiva también ocasiona la salinización de los suelos, lo que a la larga disminuye o impide la producción de más alimentos y obliga a abrir la frontera agrícola, es decir, a tumbar bosques y selvas para introducir más cultivos.
Se ha buscado solucionar algunos de estos problemas a partir del mejoramiento de variedades y la introducción de variedades de cultivo genéticamente modificadas, lo que pareciera una solución del tipo “abrir un hoyo para tapar otro”, pues muchas plantas no tienen barreras y se cruzan con las genéticamente modificadas, se han observado efectos nocivos en insectos no-blanco, es decir, insectos que no son plagas y para los cuales no estaba destinado el bioinsecticida, como abejas, abejorros o mariposas, y puede ser un factor de riesgo para las variedades silvestres, como en nuestro país, que es centro de origen y distribución del maíz.
Además los cultivos genéticamente modificados solamente enfrentan las plagas, pero no necesariamente disminuyen el otro cúmulo de problemas ambientales de los que estuvimos hablando, pues en el fondo su existencia obedece más a la lógica de consumo y de valorización de los alimentos como commodities, es decir, productos que juegan en el mercado de valores, independientemente de si sirven para alimentar a la población mundial o no o de las consecuencias ambientales de producirlos. Pareciera que repetimos los errores de hace medio siglo.
Así las cosas, especialistas en diversas ramas de las ciencias naturales y sociales voltean a estudiar los agroecosistemas tradicionales como la milpa, que combinaba maíz, frijol, calabaza, quelites y chile, fomentando la biodiversidad y el intercambio cultural, como alternativa ante el reto de alimentar a 7 mil millones de seres humanos sin acabarnos al planeta.


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