(Este editorial es del programa del 4 de agosto de 2015 sobre la caza de animales)
El pasado 13 de julio una
noticia comenzó a darle vueltas al mundo entero: un cazador había matado
ilegalmente a Cecil, el león más querido de Zimbabue que habitaba en el Parque
Nacional Hwange, un área protegida de ese país.
El escándalo obligó al cazador
furtivo, el odontólogo estadounidense Walter Palmer, a cerrar su consultorio y buscar
un buen abogado para evitar ser extraditado a Zimbabue, y además, y mas
importante, ha generado un amplio debate acerca de qué tan pertinentes son hoy
en día los programas que permiten la cacería legal a cambio de “recursos para
la conservación”.
Para empezar, la manera en
que fue ultimado el león Cecil rompió todas las leyes de caza legal en
Zimbabue, pues al felino lo sacaron del parque usando carnada y luego lo
hirieron con flechas, condenándolo a una agonía que duró dos días, todo lo cual
denota una gran crueldad y por supuesto está prohibido. Esto nos habla de la
dificultad que existe en los países subdesarrollados para contar con mecanismos
confiables de vigilancia de las áreas protegidas. Esto lo sabemos muy bien en
México.
Pero además, quiere decir
que muy probablemente ya no hay leones en los cotos de caza legal, lo que hace
que los operadores de cacería turística organizen cacerías ilegales, como la
que acabó con la vida del león Cecil.
Este es un dato que debiera
obligar a las autoridades de Zimbabue a revisar el tamaño real de las
poblaciones silvestres dentro y fuera de las reservas, pues seguramente se ha
cazado más de la cuenta.
La venta de derechos de caza
funciona como mecanismo de conservación, o al menos eso se argumenta, si deja ganancias
para las comunidades locales y para el estudio y preservación de la vida
silvestre. Sin embargo, de acuerdo con Pieter Katz de la ONG Lion Aid en una entrevista del 30 de
julio para la BBC, la mayor parte de los recursos que se obtienen se
quedan en los operadores de caza, beneficiando muy poco a los gobiernos y casi nada a
las comunidades locales, a las que llega entre el 2 y el 5 por ciento de las
ganancias, al menos en África.
En la misma
entrevista de la BBC, Jeffery Flocken, del Fondo Internacional para el
Bienestar Animal (IFAW), afirma que los safaris fotográficos y el ecoturismo representan
una mejor apuesta, tanto desde el punto de vista ético como económico, pues obviamente
es mucho mas sustentable en el largo plazo que miles de personas que puedan
viajar para ver vivo, una y otra vez, a un hermoso animal como Cecil, a que en
una jornada unos cuantos cazadores exterminen al ejemplar.
Y es que el
argumento más fuerte contra la cacería tiene que ver con la mirada a futuro:
los animales adultos que se cazan como trofeo suelen ser los más grandes,
fuertes, ágiles, llamativos, etcétera, por ello, al matarlos se priva a las poblaciones
de la herencia genética de estos animales. Ciertamente, a este nivel de caza,
nadie busca la presa mas “cuchita”.
En el caso que nos
ocupa, no sólo se perdió a Cecil, sino que sus 6 cachorros corren el riesgo de
morir atacados por otros leones macho ante la falta del padre.
De acuerdo con el
biólogo David Macdonald, director de la Unidad de Investigación de Conservación
de Vida Silvestre de la Universidad de Oxford, en entrevista para la revista
Nature y quien ha estudiado a los leones de Hwange durante los últimos 20 años,
la pérdida de un león nunca es sólo eso, pues se debilita la coalición
masculina o hermandad de la cual formaba parte, y una coalición más fuerte permite
conservar mejor el control del territorio, y al debilitarse esta coalición, se
pone en riesgo la vida de los hermanos sobrevivientes y de sus cachorros.
Vale insistir,
además, en las múltiples conexiones que existen en la naturaleza que se rompen
o deterioran en cuanto falta un eslabón, poniendo en peligro ecosistemas
enteros. Un caso bien conocido y paradigmático es el del Parque Yellowstone, en
Estados Unidos, donde la pérdida de las poblaciones de lobos debido a la caza
de los mismos, ocasionó una debacle en cadena, pues las poblaciones de ciervos,
alces y otros herbívoros crecieron sin control ante la falta de predadores,
acabando en consecuencia con los pastos nativos y los brotes de árboles y
arbustos.
En 1995 se
reintegraron lobos al parque restableciéndose la cadena alimenticia y y
permitiendo con ello la regeneración de la vegetación de los valles y
desembocaduras de ríos, lo cual a su vez permitió el crecimiento de bosques de
álamos y sauces y con ellos, el regreso de las aves y sus actividades de
polinización y dispersión de semillas. También se incrementó el volumen de agua
en el cauce de los ríos y la población de castores, que requieren madera para
sus madrigueras, se recuperó. Las represas de los castores, a su vez, son el
hábitat de anfibios, peces, reptiles y un largo etcétera.
En el caso de
nuestro país, la cacería legal de especies como el borrego cimarrón, quizás el
mas emblemático, ha generado recursos para la recuperación de esta especie, sin
embargo, cabría preguntarse si los mismos recursos no podrían haber salido de
una adecuada política fiscal, que destine lo que realmente se necesita para la
conservación del patrimonio natural del país, en lugar promover un "deporte" que se solaza matando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario