(El editorial del 30 de junio del año pasado trató acerca de la complejidad del debate científico sobre cambio climático)
El
planeta se está calentando debido a las emisiones de Gases de Efecto
Invernadero derivadas de la actividad humana, esto a su vez está
conduciendo un gran cambio en el clima planetario y en diversos
ciclos biogeoquímicos del Sistema Tierra. Este cambio es inequívoco,
está en curso y dentro de la comunidad científica existe consenso
al respecto.
Entonces…
¿por qué hay tanto ruido tratando de convencernos que el ‘debate’
continúa? ¿Por qué algunos entusiastas de la teoría de la
conspiración aún se entretienen con este tema?
Aunque
los medios de comunicación, sobre todo en países desarrollados como
Estados Unidos y Gran Bretaña, quieran presentar la ilusión de que
está en marcha un amplio debate científico acerca del origen del
cambio climático, la realidad es que el 98% de las y los científicos
del clima suscriben los principios del calentamiento global de origen
antropogénico, esto de acuerdo con un estudio de William R. L.
Anderegga
y James W. Prall publicado en la revista Actas de la Academia
Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, el cual consideró las
publicaciones y las citas de 1,372 científicos expertos. Por cierto,
el estudio se publicó en el 2009.
En
otro de los frentes de batalla de esta disputa por la opinión
pública, la Doctora Naomi Oreskes, profesora de Historia de la
Ciencia y Ciencias de la Tierra en la Universidad de Harvard, dirigió
una revisión de las posiciones de diversas asociaciones científicas
y el compendio de artículos arbitrados durante una década en torno
al cambio climático.
El
artículo publicado en 2004 en la revista Science
y que Oreskes tituló Más
allá de la Torre de Marfil, el Consenso Científico sobre el Cambio
Climático,
analizó 928 resúmenes, publicados en revistas científicas entre
1993 y 2003 y que figuran en las bases de datos con las palabras
clave "cambio climático". Los trabajos fueron divididos en
seis categorías: apoyo explícito del consenso, evaluación de los
impactos, propuestas de mitigación, métodos, análisis
paleoclimáticos, y rechazo de la posición de consenso. De todos los
documentos, el 75% cayó en las tres primeras categorías y aceptaba
tácita o explícitamente el origen antropogénico, el otro 25%
correspondió a tratados acerca de los métodos o el paleoclima, pero
sin tomar posición sobre el cambio climático actual. Ninguno
de los trabajos arbitrados estuvo en desacuerdo con la postura de
consenso.
Y
añadimos: en ninguno
de los llamados papers
se afirmó que los cambios registrados fueran naturales.
El
tema no es nada nuevo, ya a finales del siglo diecinueve el Nobel
Svante Arrhenius, al darse cuenta de la relación entre las
concentraciones de Bióxido de Carbono atmosférico y el incremento
de temperatura, se preocupó al pensar que la quema de los
combustibles fósiles podía dar lugar o acelerar el calentamiento de
la Tierra.
Entonces,
¿por qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?
Primero,
es cierto que estamos lejos de entender por completo la dinámica de
este cambio, de poder predecir con certeza cuánto se calentará el
planeta dependiendo de los volúmenes de Gases de Efecto Invernadero
que se emitan, o cuáles serán las consecuencias para los diversos
ecosistemas y para los pueblos del orbe. Al cabo de unos pocos años
ha resultado, por ejemplo, que los primeros escenarios de
calentamiento estaban equivocados, pero por exceso de optimismo: las
temperaturas se han elevado más de lo predicho.
Estas
incertidumbres, que ciertamente forman parte del quehacer científico,
han dado pie a que algunos sectores de la sociedad, como gobiernos,
cámaras legislativas y políticos en lo individual, sobre todo en el
vecino país del Norte, emprendieran una intensa campaña para
convencer a la opinión pública que el cambio climático, si es que
existe, es natural, que podemos continuar quemando combustibles
fósiles alegremente y que todo esto del cambio climático es una
patraña de algunos científicos para conseguir recursos y
subvenciones de gobiernos y organismos internacionales. En pocas
palabras, una conjura de la comunidad científica.
Cada
día está más claro que la conjura se encuentra en el lado de los
intereses económicos y políticos, en especial los de corporaciones
tan poderosas como las petroleras, que se verían afectadas
negativamente si tuvieran que internalizar los costos ambientales de
sus actividades.
Éstas
empresas han sido acusadas reiteradamente de subvencionar una tras
otra campaña cuestionando un día los resultados, otro día los
métodos del IPCC para armar sus conclusiones, además de boicotear
constantemente los acuerdos de las Conferencias de Cambio Climático.
Ante el cúmulo de pruebas y estudios, la última táctica ha sido
cuestionar el consenso entre científicos, relativizando al máximo
los resultados de las investigaciones previas. La campaña tuvo su
apogeo durante la administración de un presidente petrolero: George
Bush, y ha continuado para ponerle piedras en el camino a Barack
Obama en su intención de reducir emisiones.
Así
las cosas, cabe recordar a Carl Sagan cuando preguntaba “¿quién
habla en nombre de la Tierra?”. Nosotros queremos agregar ¿quién
habla en nombre de los muchos que sobreviven en los márgenes y
sufrirán –o ya son víctimas- los drásticos cambios que está
provocando el consumo desmedido de energía y bienes por los pocos?
Si el cambio climático es una amenaza global, actuar frente a él se
está volviendo una exigencia ética ineludible.
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